El Roger Federer que hemos visto en los últimos meses en Wimbledon y Roland Garros definitivamente no es el mismo de antes.

Aquel chaval de 19 años con cola de caballo, rostro fresco y mucha adrenalina en los ojos que vimos en 2001 derrotar al campeón defensor Pete Sampras en Wimbledon ha sido reemplazado en el 2010 por un hombre maduro de rostro cansado, a veces enojado y hasta en ocasiones… aburrido.

Es obvio, para todo hay un tiempo y a Federer la vida parece estar repitiéndole: “A otra cosa, mariposa.”

Ciertamente, el tenista suizo ya es leyenda, esto no lo debate nadie y queda como uno de los mejores tenistas de la historia con sus 16 títulos de Gran Slams e innumerables otros récords que ha grabado en los libros que los registran.

Ya sin nada más que probar en el tenis profesional, ¿qué detiene a Federer de colgar la raqueta?  La respuesta es ni el mismo lo sabe, pues de seguro quiere ya disfrutar más de la vida, de los millones de dólares que ha ganado y, sobretodo de sus gemelas que por estos días cumplirán un año de vida.

Federer debe recordar que los verdaderos campeones se retiran en la cima.  Allí está Bjorn Borg quién se retiró poco tiempo después de haber ganado el Roland Garros y siendo el finalista en Wimbledon y el US Open, y Pete Sampras que ganó el US Open en el 2002 y al siguiente año se retiró.

En la vida, ciclos se cierran y otros inician, y tal vez, nadie quiere ver que Federer se vaya quedando sin “combustible” hasta apagarse, pues a todos de alguna forma, como diría mi profesora de psicología probablemente citando a Sigmund Freud, nos recuerda nuestra propia mortalidad.

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